Los estigmas ocultos en La tía fingida y la lucha sobre el cuerpo de Esperanza

May 5, 2017 at 4:27 am Leave a comment

Los estigmas ocultos en La tía fingida y la lucha sobre el cuerpo de Esperanza

Por: Krystal A. Zapata López

La tía fingida es una novela cuya autoría continúa siendo discutida hasta hoy día, pues no está firmada por Miguel de Cervantes, aunque ha sido atribuida a él mediante varios estudios[1]. Esta novela sin padre o madre lleva al protagonismo a un personaje femenino, Esperanza, quien tampoco tiene madre ni padre. Mary S. Gossy en su capítulo “‘The Pretended Aunt’: Misreading and the Scandal of the Missing Mothers” (1993) reconoce en los personajes masculinos de la obra una lucha y búsqueda constante por encontrar al padre:

A repression of murderous feelings toward the father, combined with a desire to be claimed, or to claimed oneself, as his son, all acted out over the body of a woman – in other words a function necessary to the continued inclusion of the son in the orthodox hierarchy. (262)

La lucha se lleva a cabo sobre el cuerpo de la mujer y, en el caso de La tía fingida, es sobre el cuerpo de Esperanza. Propongo como enfoque principal para este estudio que Esperanza, para integrarse a la sociedad patriarcal, también lucha sobre su cuerpo y los estigmas que la sociedad le ha impuesto en este, para encontrar y convertirse en hija legítima de un padre. Para profundizar más en este tema comenzaré con una breve contextualización de la significación de la mujer durante la España del siglo de oro; hablaré de cómo el manejo del cuerpo femenino con una lucha contra los distintos estigmas construidos por la sociedad patriarcal son la única salida económica de la misma y herramienta para mantenerse integrada en la jerarquía y, finalmente, explicaré cómo esta “integración” se logra mediante el encuentro del padre.

Breve contexto de la significancia de ser mujer y su cuerpo en el siglo de oro

La mujer en el siglo de oro español comenzó a considerarse un poco más en la sociedad, sin embargo, Sánchez Llama explica que “el Concilio de Trento (1563) se encargó de sistematizar todo un entramado jurídico-teológico que consagraba el matrimonio, junto con la reclusión en el convento, como la única salida admisible para la mujer” (941). El matrimonio – que es la salida que concluye la trama de La tía fingida – en estos siglos, según Fernández Vargas, era visto como “un contrato y una obligación” por el que “cada uno de los cónyuges ‘debía’ y ‘pagaba’ con su cuerpo al otro, pero siempre que fuera para un empleo legítimo y no contra natura” (31). Asimismo, se consideraba como pecado grave el que la mujer intentara ocultar su falta de virginidad a su esposo:

el marido era el comprador y la mujer la vendedora, se consideraba que “el vendedor está obligado en justicia a manifestar al comprador el vicio oculto de la cosa vendida”, y por ello se consideraba pecado grave el que una mujer fingiese ser virgen sin serlo o que “usase remedios para parecerlo.” (33)

El lenguaje económico que encontramos en todas estas consideraciones en el que la mujer es “el vendedor,” parecería dar a entender que el hombre y la mujer están en posiciones de igualdad, pues implica que hay una negociación por ambas partes en el que las dos deberían llegar a un acuerdo de mutuo beneficio. Sin embargo, toda esta falsa impresión se descubre cuando nos cuestionamos: ¿qué se está vendiendo en este contrato? La respuesta es sencilla, el cuerpo de la mujer. Carole Slade recurre a un estudio de Elizabeth Grosz, para marcar la diferencia entre hombre como sujeto y mujer como objeto: “the male is A, the subject, and the female is not-A, the object” (135). La mujer / cuerpo era entonces la única “posesión” que tenía de sí misma quien no quisiera consagrarse a la vida conventual y debía entregárse(lo) a un hombre por medio de este “contrato” llamado matrimonio. En la cita anterior de Fernández Vargas se destacan las implicaciones religiosas y médicas, pues hay un “pecado” en el intento del ocultamiento y del fingimiento de “ser virgen sin serlo” o “usar remedios para parecerlo.” Estas últimas aseveraciones me parecen que se pueden conectar con el trabajo de Lerita M. Coleman “Stigma: An Enigma Demystified” (2006) en el que habla del poder de los estigmas:

Part of the power of stigmatization lies in the realization that people who are stigmatized or acquire a stigma lose their place in the social hierarchy. Consequently, most people want to ensure that they are counted in the nonstigmatized “majority.” This, of course, leads to more stigmatization. (142)

De la búsqueda de no querer pertenecer al grupo estigmatizado – para así mantenerse dentro de la jerarquía social – se derivan comportamientos que contribuyen a rechazar ciertos atributos provocando que haya más estigmatización hacia las características repudiadas. Por lo tanto, en el caso de La tía fingida podría decirse que el ocultamiento repetitivo de la falta de virginidad de Esperanza la elucida como un estigma claramente fuerte. Asimismo, cuando Fernández Vargas explica que se prohibía “usar remedios” para parecer virgen, también muestra la significación que se tenía sobre las mujeres no-vírgenes fuera del matrimonio: como personas enfermas o discapacitadas. Sin embargo, este no era el caso para los hombres no-vírgenes. Esta diferencia en la significación entre ambos cuerpos es el resultado de las construcciones sociales que la cultura española durante el siglo de oro propició. Este poder del contexto cultural se encuentra expuesto en la teoría de Siebers cuando nos habla del “construccionismo social:” “Social constructionism makes it possible to see disability as the effect of an environment hostile to some bodies and not to others, requiring advances in social justice rather than medicine” (738). La justicia y la sociedad española del tiempo en el que aproximadamente fue escrita La tía fingida trataban de maneras distintas los cuerpos masculinos y los femeninos, resultando en el mayor de los casos en mayor injusticia social para los últimos. Los cuerpos de los hombres no eran realmente parte del “contrato” o “negocio” del matrimonio y no caían bajo la posesión de las esposas cuyos cuerpos, al contrario, siempre debían ser poseídos por un hombre o por una figura autoritaria de la sociedad española de los siglos XVI y XVII.

En efecto, este trato desigual se encuentra reflejado en las leyes contra los delitos sexuales de la época. Ellen G. Friedman habla, por ejemplo, del caso del adulterio en el que la desigualdad ante la justicia es clara: “no constituía un delito civil[2] el adulterio si era el marido el adúltero, pero sí en el caso de que la persona adúltera fuese la esposa” (49). Las medidas legales que se tomaban eran distintas, de hecho, el hombre podría decidir matar a la esposa adúltera y al amante con impunidad garantizada o dejarlos vivir. Así que mientras que para la mujer el castigo más severo era la muerte a manos de su esposo, para un hombre que cometiera un delito sexual – como la bigamia – la mayor pena eran azotes y destierro a una isla por cinco años no a manos de la esposa, sino de la justicia (49). La sexualidad de la mujer lejos del control de un esposo o padre era construida social y legalmente como un delito. Las mujeres que optaron por la prostitución para mantenerse económicamente también comenzaron a ser criminalizadas por las regulaciones sociales y legales de la época. Friedman explica que en un comienzo se les exigía que trabajaran en un lugar privado (mancebías o burdeles) lejos de cualquier exposición pública (las calles), pero poco después durante el siglo XVII bajo el mandato de Felipe IV se ordenó el cierre de burdeles y casas públicas “donde mujeres ganen con sus cuerpos” (52). También, se ordenó castigo de igual severidad a esposos que obligaran a sus esposas a prostituirse. Sin embargo, los clientes de las prostitutas no tenían ningún castigo bajo la ley (52). Ya para finales del siglo XVIII fue que comenzaron a abrirse oportunidades para la educación de las mujeres – al menos dentro de las estipulaciones legales – y, por ende, más oportunidades de oficios y salidas económicas para las mismas. Sin embargo, “a la mujer castellana se le consideraba todavía inferior, y por tanto, subordinada al varón” (53). María de Zayas en el epílogo de una de sus obras de la época, Desengaños amorosos se queja de la situación de las mujeres a través de uno de los personajes femeninos, Lisis: “¿Por qué queréis, por veleta tan mudable como la voluntad de un hombre, aventurar la opinión y la vida en las crueles manos de los hombres? Y es la mayor desdicha que quizá las no culpadas mueren, y las culpadas viven” (268). Estaba claro ya en la perspectiva de la época que el cuerpo de las mujeres estaba sometido a la voluntad de los hombres y que las mismas eran percibidas como posesiones que podrían ser vistas como “defectuosas” o “enfermas” de no mantenerse en las condiciones ideales para el placer del “comprador,” entre ellas la de ser verdaderamente virgen y no cometer adulterio.

Lucha sobre el cuerpo estigmatizado de Esperanza

Expliqué anteriormente basándome en los trabajos de Sánchez Llama, Coleman, Siebers y en los estudios legales de la época de Fernández Vargas y Friedman que el cuerpo de la mujer era visto como un objeto económico cuya falta de virginidad y deshonestidad en cuanto a “condición” lo podría llevar a ser castigado con gran severidad. Situación muy distinta al momento de los hombres cometer algún delito sexual. Sólo el matrimonio y la vida conventual eran vistos como las posibles oportunidades económicas para la mujer. La prostitución era una tercera posible salida económica para las mujeres que, aunque se quiso mantener en el ámbito privado y a manera de tabú, posteriormente, también fue criminalizada y considerada como un delito sexual.

Así parece ya ser el contexto social y legal durante la trama de La tía fingida donde las autoridades terminan llevándose a Esperanza y a su tía doña Claudia presas para responder ante la ley. Es a causa de esta situación social de la época que considero que el personaje de Esperanza y el de doña Claudia luchan sobre el cuerpo de la mujer (el de Esperanza) para intentar mantenerse dentro de la jerarquía social patriarcal, como Gossy expone en la cita inicial con la que comencé este trabajo: “desire to be claimed, or to claimed oneself, as his son, all acted out over the body of a woman – in other words a function necessary to the continued inclusion of the son in the orthodox hierarchy” (262). Propongo que Esperanza y doña Claudia se reconocen fuera de la jerarquía social patriarcal y por ello a través del dominio y comercialización del cuerpo de Esperanza intentan reintegrarse en la misma. El problema yace en que se salen de su rol jerárquico, pues se deciden a controlar el cuerpo de la mujer cuando el mismo sólo debe ser manejado por el hijo (“the son”), o sea, el hombre o por alguna figura de autoridad dentro perteneciente al sistema jerárquico patriarcal.

El personaje que mayor sufre es Esperanza, pues dentro de todo, la tía Claudia es la única figura “legal” autoritaria que tiene en su vida y, por lo tanto, a quien pertenece su cuerpo. Así es notable por ejemplo en el caso de contraer matrimonio: “Si faltaba el padre, el consentimiento materno era necesario; si no había madre, entonces el consentimiento de los abuelos debía ser obtenido, o de los parientes más viejos o de los tutores” (Friedman 44). Doña Claudia es entonces la representante del sistema patriarcal y a quien Esperanza debe obediencia con su cuerpo. Esperanza, incluso la ve como figura maternal: “habré de seguir sus consejos, pues la tengo por madre y más que madre” (643). No obstante, después se descubre que Doña Claudia no es una figura legal de autoridad según el desenlace de la obra:

la Esperanza no era su sobrina ni parienta, sino una niña a quien había tomado de la puerta de la iglesia, y que a ella y a otras tres que en su poder había tenido, las había vendido por doncellas muchas veces a diferentes personas, y que de esto se mantenía y tenía por oficio y ejercicio, y que las otras dos mozas se la habían ido, enfadadas de su codicia y miseria. (648)

Doña Claudia actúa como dueña del cuerpo de Esperanza cuando ante el orden social y legal de la época no lo es. Gossy también reconoce esta salida de la norma por parte de la tía fingida de Esperanza:

The moral of this anecdote is that a woman whose sexuality and reproduction exceed patriarchal control disrupts the orderly citation of the classics. She always exists, but her identity and her own story are present only as objects of exchange between male (or male-identified) interpreters; that economy uses her up. (262)

Por lo tanto, al no ser una figura autorizada o asignada por el poder patriarcal, doña Claudia se sale de su posición de mujer dependiente dentro de la jerarquía. El poder que ha mantenido sobre el cuerpo de Esperanza es ilegal y está fuera del orden social patriarcal. La marginación de la tía Claudia fuera de la jerarquía social se marcará aún más cuando se descubre que cuenta con otro atributo estigmatizado: “Averiguósele también tener sus puntas y collar de hechicera, por cuyos delitos el Corregidor la sentenció a cuatrocientos azotes y a estar en una escalera con una jaula y coroza en medio de la plaza” (649). Lo que la coloca también en una posición similar a la protagonista de la novela de Fernando Rojas La Celestina (1499), como bruja[3]. Por salirse de la norma al querer controlar el cuerpo femenino que no es suyo legítimamente, engañar con “remedios” a los hombres haciéndoles creer que Esperanza no tiene carga con el estigma de no-virgen y después descubrirse como manipuladora de las personas por medio de hechizos, doña debe ser castigada y más que nunca marginada del sistema social patriarcal.

Por otro lado, Esperanza, a pesar de contar con el estigma de ser no-virgen, muestra más el atributo de la obediencia, valorado más socialmente en el sistema patriarcal. Esto ya lo vimos cuando hablamos del reconocimiento de Esperanza hacia Claudia como a una madre a la que obedecería. Asimismo, también se manifiesta con don Félix cuando entra secretamente a la casa y la dueña que lo deja entrar le explica que “ya la señora doña Esperanza sabía que estaba allí, y que, sin que su tía lo supiese, a persuasión suya quería darle todo contento” (637). Aunque, también podría denotarse en esta situación una especie de rebeldía por parte de Esperanza hacia la autoridad de doña Claudia. En efecto, esta escena da a conocer la primera señal de que Esperanza también está luchando sobre el control de su cuerpo estigmatizado ante su tía, quien es, de hecho, la causante del estigma de no-virgen de la protagonista.

Como mencioné anteriormente, doña Claudia, comercializa el cuerpo de Esperanza que al igual que el resto de la sociedad le veía como una mercancía: “echemos al agua la mercadería de mi nave, que es tu gentil y gallardo cuerpo, tan dotado de gracia, donaire y garabato para cuantos de él toman codicia” (640). La obediencia aparente de Esperanza continuaba manifestándose durante todo el monólogo económico del cuerpo de la mujer y de los distintos tipos de clientes masculinos, bajo el título de “Consejo de Estado y Hacienda,” que le hace doña Claudia. Sin embargo, más adelante, Esperanza pierde la paciencia y luego de hacerle saber a doña Claudia que está cansada de escuchar los mismos consejos y advertencias, intenta reclamar el control sobre su cuerpo.

Mas una sola cosa le quiero decir, y le aseguro, para que de ello esté muy cierta y enterada, y es que no me dejaré más martirizar de su mano, por toda la ganancia que se me pueda ofrecer y seguir. Tres flores he dado y tantas vuesa merced ha vendido, y tres veces he pasado insufrible martirio. ¿Soy yo, por ventura, de bronce? ¿No tienen sensibilidad mis carnes? ¿No hay más sino dar puntadas en ellas como ropa descosida o desgarrada? Por el siglo de la madre que no conocí, que no lo tengo más de consentir. (641)

Esperanza demuestra que no quiere mantenerse obediente a doña Claudia más. Esto podría verse como una falta al sistema patriarcal, sin embargo, se rebela contra una mujer más estigmatizada que ella y no es ella quien se rescata a sí misma de las garras de “la bruja,” sino un grupo de figuras autoritarias representantes del sistema patriarcal. El Corregidor y los oficiales de la justicia “desquiciaron la puerta y subieron al corredor tan queditos y quietos, que no fueron sentidos, y desde el principio de los documentos de la tía, hasta la pendencia de la Grijalba, estuvo oyendo el Corregidor sin perder un punto” (647). Por lo que luego doña Claudia y la Grijalba logran ser encarceladas y Esperanza es secuestrada por los dos estudiantes. Secuestro cuyo desenlace garantizará la integración de Esperanza a la jerarquía social patriarcal.

Conclusión: “(¿Re?)integración” de Esperanza a la jerarquía social patriarcal

Finalmente, Esperanza es reintegrada al sistema patriarcal a pesar de cargar con el estigma de ser no-virgen cuando uno de los estudiantes quiere gozar de su cuerpo. Pues el otro compañero no se lo permite, así que este por medios legales – el contrato del matrimonio – se adueñará del cuerpo de la misma:

-Ahora pues, ya que vos no consentís que goce lo que tanto me ha costado, y que no queréis que por amiga me entregue en ella, a lo menos no me podéis negar que, como mujer legítima, no me la habéis, ni podéis, ni debéis quitar. Y volviéndose a la moza, a quien de la mano había dejado, le dijo: -Esta mano que hasta aquí os he dado, señora de mi alma, como defensor vuestro, ahora, si vos queréis, os la doy como legítimo esposo y marido. La Esperanza, que de más bajo partido se fuera contenta, al punto que vio el que se la ofrecía, dijo que sí y que resí, no una, sino muchas veces, y abrazólo como a señor y marido”. (Mi énfasis 648)

Si prestamos atención a las líneas que enfaticé, es notable que el lenguaje económico y de posesión legal de objetificación sobre el cuerpo de la mujer se mantiene fuertemente presente aún durante el final de la obra. Más aún, el “sí” de Esperanza es también importante, pues expone lo que Elizabeth Grosz señala su capítulo “Sexed Bodies,” la subjetividad síquica e interior se conecta con lo corporal (188). Entonces, Esperanza reconoce su sumisión a la figura autoritaria y esto permite su inclusión nuevamente en la jerarquía patriarcal.

Esta inclusión es aprobada por la mayor figura de autoridad: el padre. Pues, después de la entrega de su cuerpo al esposo, este le provee mediante el matrimonio a un suegro quien la llega a quererla como una hija:

Súpose luego el casamiento del estudiante, y aunque algunos escribieron a su padre la verdad del caso y la bajeza de la nuera, ella se había dado con su astucia y discreción tan buena maña en contentar y servir al viejo suegro, que, aunque mayores males le dijeran de ella, no quisiera haber dejado de alcanzalla por hija. Tal fuerza tiene la discreción y hermosura […]. (Mi énfasis 649)

Esperanza se dedica a “contentar” y “servir” al padre, y es esta servidumbre y sumisión a la figura máxima de autoridad en la familia de la sociedad patriarcal lo que le permite a Esperanza superar su estigma de no-virgen. Incluso, aunque sigue siendo estigmatizada por esos “algunos” que escribieron al padre, ella cumple con su deber de obedecer y servir para contentar a ambos hombres. Su cuerpo estigmatizado ha pasado a pertenecer a ellos.

[1] Basta escribir “La tia fingida” en algún programa de bases de datos para encontrar artículos en la primera página titulados: “‘La tía fingida’ atribuida a Cervantes” (2013) de Alfredo Rodríguez López Vázquez (que hace un estudio matemático para estimar la posibilidad de autoría de Cervantes) y “De cómo y por qué La tía fingida no es de Cervantes, y otros nuevos estudios cervánticos” (1916) de Francisco A. de Icaza, entre otros.

[2] No constituía un delito civil para el hombre, no obstante, sí era castigado por la Inquisición y Friedman explica que los mismos trataban con igual severidad el adulterio por parte de cualquiera de los dos sexos.

[3] Ver “Celestina: The Aging Prostitute as Witch” (1984) de Javier Herrero.

Bibliografía

Cervantes, Miguel de. “La tía fingida.” Novelas ejemplares. Barcelona: Crítica, 2001.     Impreso.

Coleman, Lerita M. “Stigma: An Enigma Demystified.” The Disability Studies Reader. Londres: Routledge, 2006. Impreso.

García-Nieto, María Carmen, ed. Actas de las IV Jornadas de investigación interdisciplinaria: Ordenamiento jurídico y realidad social de las mujeres: siglos XVI a XX. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 1984. Impreso.

Goffman, Erving. “Stigma and Social Identity.” Stigma: Notes on the Management of Spoiled identity. Nueva York: Simon & Schuster. Impreso.

Gossy, Mary S. “Marriage, Motherhood, and Deviance in El casamiento engañoso/Coloquio de los perros.” The Untold Story: Women and Theory in Golden Age Texts. Ann Arbor: The University of Michigan Press, 1989. Impreso.

—. “‘The Pretended Aunt’: Misreading and the Scandal of the Missing Mothers.” Quixotic Desire: Psychoanalytic Perspectives on Cervantes. Ithaca: Cornell University Press, 1993. Impreso.

Grosz, Elizabeth. “Sexed Bodies.” Volatile Bodies: Toward a Corporeal Feminism. Indianápolis: Indiana University Press, 1994. Impreso.

Herrero, Javier. “The Aging Prostitute as Witch.” Aging in Literature. Michigan: International Book, 1984. Impreso.

Sánchez Llama, Íñigo. “La lente deformante: La visión de la mujer en la literatura de los Siglos de Oro.” 2. (1990): Centro Virtual Cervantes. Impreso.

Slade, Carole. “Epilogue, Psychoanalytic Interpretations of Teresa’s Mystical Experience.” St. Teresa of Avila: Author of a Heroic Life. Berkeley: University of California Press, 1995. Impreso.

 

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Un sueño sobre procrastinación Procesos Dolorosos

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